2.12.10

María Teresa Ovejero nació en un mediodía soleado, el 3 de Noviembre del año 1940 en la Clínica Palacios de San Miguel de Tucumán. Es la segunda de seis hermanos inquietos, hijos del matrimonio de María Laureana Perdiguera y Julio Oscar Ovejero.
En su niñez, se divertía jugando a las muñecas, que en ese momento podían ser de trapo o de porcelana. Su perro era un imponente Ovejero Alemán llamado Tom, muy respetado entre los vecinos por sus intimidantes ladridos.
Teresa vivía con su familia en una casa grande y cálida, de una planta y un patio generoso, que fue nido de su infancia, llena de animales y juegos al aire libre, con sus hermanos. En el patio tenían un caballo llamado “Pomito”, un escandaloso gallinero, y una bandada de patos revoloteando y graznando por el lugar.
Era una niña muy temperamental e impulsiva, ante la menor provocación rompía en llantos torrenciales. Esto la convertía en el blanco perfecto de las inoportunas bromas de su hermano menor, Julio, con quien se enfurecía frenéticamente. Pero él no era el único que se reía a costa de su mal temperamento. En una ocasión, para las fiestas de fin de año, Teresa hizo un pan de Navidad. Su padre le advertía incansablemente que sacara el pan del horno, sino se le quemaría. Ella obedeció, pero al desmoldarlo, cayó en la cuenta que estaba carbonizado por fuera, y crudo por dentro…María Teresa alega que perdió la cuenta de las horas que pasó llorando, sin que nada pudiera calmarla.
Cursó los niveles primario y secundario en la Escuela Normal. Egresó en 1958 con notas altas, el título de maestra y muchos amigos con quienes mantuvo el contacto por largo tiempo.
Comenzó la carrera de odontología, y simultáneamente trabajaba como maestra de nivel primario en una escuela en Tafí del Valle.
En su juventud, fue una persona muy sociable, le gustaba salir y cuidaba mucho su aspecto. Los peinados denominados “batidos” eran sus favoritos y eran parte de su sello personal.
En esas épocas era común que fuera a “asaltos” con sus mejores amigas, Amalia y Leonor. Estos “asaltos” eran bailes organizados en casas, donde todos contribuían con algo. Generalmente cada una de las mujeres llevaba un plato de comida, y lo varones se encargaban de la bebida.
Su primer novio fue Raúl Paéz, hermano de Amalia, cuando ambos tenían 19 años.
Durante sus años en la universidad, le costó mucho más mantener sus buenas notas y casi lo consiguió a duras penas. Recibía mucha ayuda de su madre, quien era directora de una escuela.
Cada vez que desaprobaba una materia, uno de sus vecinos la esperaba en frente de su casa, y al comprobar que ella lo miraba, dibujaba un cero en el piso con el pie, causando la furia instantánea de la joven.
Luego de unos años, terminó su primer noviazgo…y comenzó el segundo.
A la edad de 21 años conoció a Rubén Contreras, de la misma edad, un joven alto, de tez pálida, rulos cobrizos, y profundos ojos café que estudiaba medicina. Se enamoró profundamente de él, de su dulzura y su humor afable. Oriundo de Famaillá, el joven pasaba horas y horas en la gran casa familiar de los Ovejero. Allí despertó la simpatía y el cariño de la familia. Era muy común escucharlo tocar vivazmente la guitarra, a pesar de carecer totalmente de talento.
Años después, Teresa terminó finalmente su carrera de odontóloga, y su padre instaló un consultorio para ella en casa.
Luego de recibirse, a los 26 años, contrajo matrimonio con el perspicaz Rubén y ambos se mudaron a la hermosa Perla del Sur, nombre popular de la pequeña ciudad de Concepción.
Este fue el comienzo de una larga y próspera vida juntos. Aquí fundaron una pequeña clínica, asociados con otros médicos del lugar. Este sería el escenario de los próximos centenares de consultas que María Teresa recibió durante muchos años.
Como era de esperarse, nació la primera hija del matrimonio. Una niña pequeña, con las facciones de su padre, que recibió el nombre de María de los Ángeles Contreras. Quien más tarde se recibiría de abogada, y alegraría a María Teresa con su primera nieta, María Sol.
La siguiente incorporación a la familia fue María Eugenia Contreras, pequeña, idéntica a su madre, y de carácter muy apacible. Luego, al igual que su hermana, se recibió de abogada. Contrajo matrimonio con Raúl Pratts, un hombre imponente, de grandes dimensiones y un enérgico vozarrón. Sus hijos fueron unos mellizos llenos de vida, Francisco y Nicolás, que alegraron aún más a María Teresa.
María Soledad fue la próxima, de carácter fuerte, fiel aliada del sarcasmo y el buen humor. Siempre muy bromista y carismática. Ya adulta, comenzó a ejercer la profesión de médica, y aún vive en Concepción en compañía de su madre.
Desafortunadamente, el primer hijo varón del matrimonio no fue motivo de regocijo, ya que falleció al poco tiempo de nacer. Su nombre era Rubén, al igual que su padre.
Cabe hacer una pausa aquí, en este hecho que impactó colosalmente a la familia. Rubén padre nunca pudo reponerse completamente de la pérdida, que dejó un vacío y el sentimiento de culpa en su interior destrozándolo continuamente. María Teresa también sufrió mucho, pero tuvo la fortaleza necesaria y la ayuda divina para sobrellevar mejor la situación.
Con el paso de los años, nació un segundo varón, a quién también llamaron Rubén. Actualmente es un joven vivaz, licenciado en Marketing, que todavía vive con su madre en Concepción.
A lo largo de su vida, Teresa fue una persona muy católica, con una fe inquebrantable, muy trabajadora, con ganas de progresar. Realizó cuantiosos cursos y congresos para perfeccionarse en su profesión. Llevaba adelante a su familia y se ocupaba servicialmente de su hogar.
Hoy cuenta orgullosamente con 70 años, de los cuales dedicó los últimos a sus adorados nietos. Hace siete años falleció su esposo Rubén de un paro cardíaco; y hace cinco que cerró su consultorio. Actualmente integra un grupo de jubilados, con quienes comparte momentos significantes y viajes amenos; y vive todavía en la misma casa que adquirió hace aproximadamente cuatro décadas.